Berlín: Ribal Al-Assad reclama una reforma democrática pacífica en Siria en un discurso central pronunciado con motivo del principal congreso europeo de Seguridad Interior
miércoles, 16 febrero 2011Ribal Al-Assad, el director de la ODFS, se dirigió hoy a una audiencia distinguida de experimentados políticos, funcionarios, diplomáticos, oficiales de policía, funcionarios del servicio de inteligencia y periodistas en Berlín, con motivo del decimocuarto Congreso de Policías Europeas. Es el congreso más importante en materia de Seguridad Nacional y constituye un reconocido punto de encuentro para unos 1.500 expertos de más de 60 naciones. De su organización es responsable el rotativo alemán Behorden Spiegel.
En su discurso central, Ribal Al-Assad reclamó una reforma democrática y pacífica con carácter de transición en Siria y que se desafíe al extremismo de forma más contundente en todo el mundo. También pidió que haya un mayor diálogo y una cooperación más fuerte entre credos y culturas. El discurso tuvo una muy buena acogida. Posteriormente, el Sr. Al-Assad dio una conferencia de prensa.
Otros oradores que participaron en el congreso fueron Cecilia Malmström, comisaria europea de Interior; los ministros alemanes de Interior: Ralf Jager, el Dr. Ehrhart Korting, Boris Rhein y el Dr. Dietmar Woldke; Jorg Schonbohn, ex ministro y senador; Cem Ozdemir, líder del Partido Verde alemán; el Dr. Manfred Schmidt, presidente de la Oficina Federal Alemana de Inmigración y Refugiados; Ronald Grimes, del Ministerio de Seguridad Nacional estadounidense; Dimitar Georgiev, viceministro de Interior búlgaro; Marian Tutilescu, Secretaria de Estado, Ministerio de Interior de Rumanía y R. Uwe Proll, editor jefe del Behorden Spiegel.
En su discurso central, "El camino hacia la democracia en Siria y en Oriente Medio y la necesidad de combatir el extremismo", Ribal Al-Assad declaró:
Quisiera dar la enhorabuena al periódico Behorden Spiegel por haber organizado este congreso y les doy las gracias por haberme invitado.
Damas y caballeros, es un gran placer para mí estar presente aquí hoy, ya que este congreso aborda varias de las preocupaciones en materia de seguridad más apremiantes de nuestra época.
Espero poder hacer una aportación a este debate, mediante una reflexión sobre mis campañas por las libertades políticas en Siria y en el mundo árabe y por un mayor diálogo y cooperación entre credos y culturas.
Algo extraordinario ha pasado en el norte de África. No cabe duda de esto. Lo que empezó como unas protestas por las condiciones de vida ha evolucionado, de modo bastante orgánico, hacia una exigencia popular por las libertades políticas y sociales. En la incertidumbre sobre lo que podrá seguir, surgen complejas cuestiones: cuestiones sobre seguridad, extremismo, desarrollo democrático y realineamiento político.
No se puede volver a meter a este genio en su lámpara. Las ideas se han afianzado y una idea poderosa puede propagarse rápidamente e instalarse en la disposición mental colectiva de un pueblo entero. El modo en que los países occidentales reaccionen ante este fenómeno es tan importante como el modo en que reaccionen los propios Estados árabes.
Para personas como yo, que han pasado años promoviendo las virtudes de un desarrollo democrático, cultural y humano, el momento actual representa tanto una era de optimismo como de incertidumbre.
El trabajo específico que mis compañeros y yo hemos estado realizando durante los últimos doce meses ha constituido un reto, pero también ha sido muy estimulante y alentador. Las dos organizaciones que dirijo tienen misiones diferentes pero creo que su mensaje global es el mismo: cuando diferentes culturas y religiones coexisten pacíficamente y cuando el pueblo es libre y próspero, las ventajas se extienden por doquier.
Soy el director de la Organización para la Democracia y la Libertad en Siria y, también, el presidente de Iman, una organización interreligiosa e intercultural que procura promover una mayor comprensión y cooperación entre credos y culturas.
Antes de que comparta con ustedes algunos detalles sobre estas organizaciones y el trabajo que realizan, me gustaría dedicar unos minutos al análisis de los acontecimientos que se están produciendo en el mundo árabe y las implicaciones de tales acontecimientos no solo en el futuro de países concretos, sino en la futura relación entre ellos y Occidente. Además, deberíamos considerar las implicaciones desde una perspectiva de seguridad.
Cuando el año 2010 llegaba a su fin, eran pocos los que tenían conocimiento de las serias tensiones y dificultades que burbujeaban en la superficie en Túnez. Un hombre, Mohammed Bouazizi, de 26 años de edad, hacía frente a los mismos apuros que muchas otras personas de su generación. Tiene un título universitario pero no tiene trabajo. Para llegar a fin de mes, empezó a vender frutas y verduras. Carecía de licencia y cuando las autoridades le confiscaron su sustento, se sintió tan desesperado, tan abandonado por su Gobierno que se prendió fuego.
El viento transportó las chispas de estas trágicas llamas a lo largo y ancho de Túnez en cuestión de horas y el resto – como dicen – es historia.
Los problemas de carácter social y económico, que están tan profundamente enraizados, provocaron que el pueblo se echara a la calle en toda la región y, con vertiginosa velocidad, lo que empezó como ira por las condiciones de vida se transformó en furia por la falta de libertades personales y políticas que padecen muchas personas en el mundo árabe.
Pero no es mi intención analizar los detalles de por qué empezaron estos levantamientos. Lo que me gustaría hacer es considerar las consecuencias para el mundo árabe y para Occidente: tanto las consecuencias a las que ya hemos hecho alusión, como aquellas que pueden no estar claras todavía. ¿Qué implica para la estabilidad en la región? ¿Qué implica para la delgada línea entre la estabilidad y la seguridad? ¿Qué implica para la democracia y qué riesgos podría comportar una democracia en ciernes?
Permítanme que deje mi postura totalmente clara: si estamos a favor de la democracia, estamos a favor de la democracia en todas partes. Si somos partidarios de la libertad, debemos apoyar estas ideas en todas partes. Y si creemos en la seguridad, en los mercados y en el desarrollo, entonces no debemos cometer nunca el error de pensar que ciertas naciones o ciertas poblaciones no están “maduras” o aptas para aplicar estos conceptos.
No se debería considerar que un país no es apto para la democracia: llega a serlo a través de la democracia.
Si admitimos que el extremismo islámico es una de las mayores amenazas para nuestra seguridad actualmente, entonces debemos reconocer lo que impulsa este extremismo y qué puede ayudar a contenerlo.
Pienso que la fórmula es bastante simple:
Las dictaduras engendran la corrupción. La corrupción engendra el resentimiento. El resentimiento engendra el extremismo.
Imaginen la siguiente situación: un joven, con educación, se da cuenta de que no puede encontrar trabajo. No puede permitirse el soborno necesario para la licencia para emprender un negocio. Su calidad de vida decrece radicalmente. Comienza a distanciarse de la sociedad y de las instituciones que conocía. No soporta más la vida que lleva, ni el mundo que le ha llevado a esa situación.
¿Quién le ofrecerá apoyo? ¿El Estado del bienestar? ¿O los movimientos políticos extremistas del Islam violento? En demasiados países árabes, la respuesta es, con mucha frecuencia, la segunda.
Naturalmente, no todos los jóvenes descontentos recurren al extremismo. Pero las condiciones que crean los opresivos regímenes y dictaduras facilitan las cosas a aquellos que explotarían las adversidades para sus propios fines.
Debemos comprender que una sociedad libre, culta y próspera cederá más difícilmente al canto de sirenas del extremismo interior. Además, unas instituciones estatales transparentes, respetadas y funcionales estarán mejor posicionadas para lidiar con la amenaza del extremismo si operan en el seno de una sociedad democrática, plural y estable.
A pesar de la incertidumbre de cómo podría estar configurado el mapa político de Oriente Medio en los meses venideros, ya se oyen voces que ponen en cuestión que la democracia pueda “convenirle” a un país como Egipto.
No creo que unas elecciones democráticas desemboquen inevitablemente en un Gobierno islamista, ni siquiera en un Gobierno con simpatías por los islamistas. La mayoría de la población en el mundo árabe no quiere una teocracia.
Las voces de aquellos que se echaron a las calles en el norte de África están reclamando libertad.
Libertad para elegir a su Gobierno y libertades amparadas por ese Gobierno.
Si se escucha la voluntad del pueblo, este no podrá ser manipulado tan fácilmente por los grupos extremistas. Abordar las quejas del pueblo es reducir la capacidad de seducción de la retórica populista de la Hermandad Musulmana y de Al-Qaeda.
Trabajos. Seguridad. La libertad para comunicarse con el mundo en la Red. Paz.
Esto es lo que están reclamando hombres y mujeres en los Estados árabes.
Los Gobiernos occidentales han estado alabando las virtudes de la democracia, como principio básico de su política exterior, durante décadas. Y por ello es quizá sorprendente que muchos en Occidente, que comparten actualmente esta aspiración, estén nerviosos de las consecuencias.
Lo cierto es que cuanto antes florezca la democracia en el mundo árabe, más segura será la región, al igual que Occidente. Con la democracia vienen la libertad, el liberalismo, la apertura y el pluralismo. Es irresponsable anteponer la certeza que representa un dictador a la incertidumbre de una nueva democracia.
La Organización para la Democracia y la Libertad en Siria, que tiene su sede en Londres, ha estado trabajando incansablemente con objeto de plantear varias cuestiones ante parlamentarios británicos y europeos.
He mantenido decenas de reuniones con diputados, pares y europarlamentarios, en las que he procurado que tomen conocimiento de las cada vez más difíciles condiciones de vida en Siria y de la dura realidad del régimen sirio.
¿Qué interés puede haber en reprimir a los blogueros, restringir el uso de Internet, detener a periodistas, sofocar las voces disidentes y hacer la vista gorda ante la corrupción? Nada de eso beneficiará a una sociedad que busca el progreso y, sin embargo, es lo que ocurre en Siria actualmente.
Y es al progreso a lo que hay que aspirar: para el bien del pueblo sirio, de la región, pero también de Occidente. Los países occidentales tienen un papel que desempeñar aquí, y de forma específica la Unión Europea.
La inestabilidad en el Líbano, los esfuerzos de grupos islamistas y la incesante búsqueda de Irán de una influencia sobre la región entran todos en juego en Siria. La mejor forma de contrarrestar las fuerzas que no buscan la paz es incentivar el desarrollo económico, social y político en Siria. Una Siria libre y democrática aislaría a Irán y reduciría la influencia islamista en el Líbano. Como ya he dicho antes, si el Muro de Berlín pudo caer, el cambio es posible en Siria.
Naturalmente, los acontecimientos políticos en Oriente Medio tendrán un impacto en la lucha de los países occidentales contra el terrorismo. No podemos predecir con seguridad la apariencia que tendrá Oriente Medio en tres meses, seis meses o en un año. Pero podemos tener la certeza de que en medio de toda la agitación que se produzca se alzarán voces disidentes y surgirán polémicas. Así es la política.
Lo que es crucial es que estas voces hablen entre ellas y que no entablen un monólogo. Ese es el momento en que el diálogo constructivo será más necesario que nunca.
A través de mi organización, Iman, dirigimos a delegaciones políticas y culturales a parlamentos, iglesias, sinagogas, escuelas y mezquitas por todo el mundo. Nuestros objetivos son simples: promover el diálogo interreligioso e intercultural.
¿Por qué motivos? Para desafiar al extremismo. Para apoyar y promover las voces mayoritarias. Para construir amistades y promover la paz.
He dirigido delegaciones del Reino Unido a Berlín, El Cairo, Beirut y más lejos aún. En esos viajes nos reunimos con tantos representantes de diferentes credos y diferentes posturas políticas como sea posible. El mensaje de esperanza, compasión y compromiso con la paz que me han transmitido esos líderes religiosos y políticos me anima a proseguir mis esfuerzos. Hace unos meses en El Cairo me reuní con el Papa Shenouda, líder espiritual de los cristianos coptos, y también con el Gran Muftí de Egipto, Ali Gomaa. Los dos afirmaron que no hay espacio para el odio y el extremismo en la Cristiandad y en el Islam respectivamente. Son estas las voces moderadas que promoveremos.
Y sin embargo nos enfrentamos a la cruda realidad del extremismo y la violencia de forma casi cotidiana, ya se trate de las carnicerías que se producen en las calles de Irak o de la amenaza de un ataque que se cierne sobre las ciudades europeas.
El desarrollo humano es clave para contener, reducir y detener el crecimiento del extremismo. Por desarrollo humano me refiero al desarrollo en la educación, de las libertades políticas, el acceso a Internet y el crecimiento económico.
Creo en el poder del diálogo y en el poder de la comunicación entre las personas en todas partes del mundo. Los medios de comunicación social han desempeñado un papel destacado en la propagación del descontento organizado en el Magreb y le ha dado a manifestantes pacíficos la impresión de que no estaban solos; que, en todas partes del mundo, hombres y mujeres seguían de cerca sus esfuerzos y los apoyaban.
El diálogo constructivo, frente a frente y en la Red, entre culturas diferentes y personas diferentes, puede echar abajo barreras que, de lo contrario, dividen y aíslan a las personas.
Occidente tiene el deber de cooperar con el mundo árabe, puesto que tiene la responsabilidad de protegerse de los elementos extremistas que existen en él.
El primer ministro del Reino Unido, David Cameron, dio un discurso en Múnich hace varias semanas en el que criticó el enfoque anterior hacia el multiculturalismo. Sé que están teniendo el mismo debate en Alemania.
El Sr. Cameron hace bien al establecer una distinción entre el Islam y el islamismo. El islamismo es una interpretación pervertida y distorsionada del Islam. Hay que desafiar al islamismo en Europa. Con demasiada frecuencia, las ventajas del multiculturalismo (el cual, efectivamente, las tiene) quedan eclipsadas por noticias relativas a escuelas musulmanas intolerantes o a reacciones nacionalistas de grupos políticos extremistas, tales como el British National Party. Estas batallas periféricas nos desvían de la cuestión crucial:
¿Cómo animamos a las comunidades inmigrantes a que participen en la sociedad en su conjunto? Los inmigrantes en Gran Bretaña deben aprender inglés. Los inmigrantes en Alemania deben aprender alemán. Deben integrarse y, como ciudadanos de pleno derecho, construirse una identidad británica moderna o una identidad alemana moderna, una identidad europea. Aquellos que viven en países occidentales, en Londres, en Berlín, que se declaran partidarios de la democracia cuando hablan inglés, pero incitan al odio religioso y a la violencia cuando hablan en árabe, deben sentir todo el peso de la ley. Claramente, estas personas no saben lo que significa la democracia. La democracia no se resume a la celebración de elecciones. Es la libertad de culto para todos, derechos humanos para todos, la libertad de expresión y de asociación, el pluralismo, la participación de todos los partidos en el Gobierno. Esta es la verdadera democracia.
Londres es una ciudad increíblemente diversa. Es uno de los motivos por los que millones de personas y yo mismo nos sentimos tan en casa en ella. Es una ciudad donde abundan culturas y comunidades diferentes. La diversidad es algo bueno, pero todo el mundo debe hacer más por promover la integración.
Se ha de dar más repercusión a los líderes musulmanes progresistas, de la corriente principal – de los cuales hay muchos – y debemos hacer dos cosas simultáneamente: hacer que resulte más fácil y ventajoso para los inmigrantes colaborar con la sociedad británica y hacer frente, con firmeza, a los intereses creados y a las organizaciones que promueven una filosofía totalmente ajena a los valores que todos apreciamos. Solo entonces las comunidades serán más fuertes y más seguras.
Por ello, este es el mensaje que deseo transmitir en esta conferencia: aclamo el trabajo de la policía y de los servicios de seguridad. Su trabajo es vital y todos aquellos que gozan de seguridad y de libertad les dan su agradecimiento.
El trabajo que realizan al tratar los síntomas del extremismo debe ir de la mano de los esfuerzos de los países occidentales por abordar las causas. Tanto en el interior del país como en el extranjero.
Y unido a ello, debe haber una mayor comprensión de la necesidad de forjar amistades y relaciones más profundas entre los pueblos de este mundo que no se refugian en el terror ni en la violencia.
Los Gobiernos occidentales deben apoyar a la gran mayoría de escritores, empresarios, filósofos, activistas de derechos humanos, periodistas, editores y redactores y líderes de la sociedad civil, de religión musulmana y de la corriente principal.
En un momento en el que observamos con incertidumbre cómo empieza a alterarse y a cambiar de cara el mapa político de Oriente Medio, no podemos saber qué voces se impondrán sobre las demás. Pero espero que se mantendrá nuestro apoyo a aquellos que aspiran a la democracia y a la paz y deseo que sean sus voces las que acaben prevaleciendo. Tengo también la esperanza de que el mundo pueda hacer frente común para luchar contra el extremismo en todas sus formas y allí donde surja.
Gracias.
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